Nuestros mayores

Nuestros padres, abuelos, tíos, hermanos mayores ¿quién no tiene a alguien en su entorno familiar que le supere en edad?
Tal vez porque en mi familia lo he vivido desde que nací, el respeto hacia las personas mayores es para mí algo innato, algo que no necesito aprender desde fuera y que intento transmitir a mis hijos desde la teoría y sobre todo, desde el ejemplo. 

En la cultura oriental se muestra un gran respeto por los ancianos y la gente mayor, se les valora por su sabiduría adquirida durante toda una vida, por desgracia no ocurre lo mismo en otros países de occidente. Es lamentable que en estos tiempos que la esperanza de vida ha aumentado considerablemente, a partir de cierta edad y no me refiero a los ochenta ni noventa años, para referirse a las personas mayores de cuarenta o cincuenta, los propios hijos usen la expresión de "viejos" y no precisamente como los argentinos que tienen esa costumbre de decir "mi viejo" en plan cariñoso, con ese acento tan suave y peculiar. Aquí, en nuestro país, se dice de manera despectiva, como si cumplir años fuera un castigo y no un privilegio.

Esto no tendría mayor importancia si se tratara de un hecho puntual que se produce solamente en la adolescencia, según los psicólogos en esa etapa los hijos demandan más independencia y autonomía y es cuando pueden surgir conflictos con sus padres, no obstante eso no significa que no haya que corregirlos y recordarles que el respeto a los padres es una norma de obligado cumplimiento, para que esa actitud no se convierta en un hábito.


Es mejor reflexionar y darse cuenta a tiempo de una mala conducta, que lamentarlo después toda la vida, cuando ya no tengamos a nuestros abuelos o a nuestros padres entre nosotros, es entonces cuando la melancolía y la nostalgia se apoderan del alma, nos atrapan los recuerdos del pasado volviendo a la niñez  o a la juventud por un momento, soñando con otros tiempos en los que aún vivían esas personas mayores que un día despreciamos por no ser capaces de meternos en su piel y comprender el amor tan inmenso que se puede llegar a sentir por un hijo o un nieto.
Dedicarles un poco de tiempo, escuchar sus anécdotas tantas veces repetidas, valorar sus consejos, reírnos con ellos, dedicarles una sonrisa o una palabra amable no cuesta tanto. Han vivido mucho, han pasado por momentos muy duros a veces, las madres nos han dado la oportunidad de nacer y el regalo de la vida, siempre luchando por sacar adelante a sus hijos, dejando sus propias necesidades en segundo plano, los padres se merecen por encima de todo nuestro cariño y consideración.

Es la sociedad en la que vivimos la que tendría que modificar estas costumbres tan crueles de despreciar a la gente por su edad, en vez de avanzar estamos retrocediendo a la Edad Media, como ya comenté en mi artículo Ladrones de dignidad, ya no se cuenta con los mayores de cuarenta o cuarenta y cinco como candidatos para un puesto de trabajo. Y es lo que están percibiendo los jóvenes de nuestro país, que sólo hay vida hasta cierta edad, cuando no hay nada más lejos de la realidad, totalmente al contrario, es en la madurez cuando se gana serenidad, se aprende a vivir e incluso a ser feliz, porque tenemos la bendita ventaja de la experiencia de la vida a nuestras espaldas y con eso, los jóvenes por muy preparados que estén intelectualmente, no pueden competir puesto que carecen todavía de algo muy importante, no han alcanzado aún el nivel necesario de inteligencia emocional, fundamental para enfrentarse a los retos de la vida.
Y es que para comprender el presente es preciso conocer el pasado y nada mejor que aprenderlo de nuestros mayores.

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