Pueblos y parajes del Ocejón

Para alejarme de la extraña realidad que nos rodea en la vida cotidiana, siento la necesidad de reencontrar mi equilibrio en la naturaleza buscando lugares recónditos, poco transitados, paisajes bucólicos que desprendan serenidad y sosiego, donde poder respirar aire puro con el rostro descubierto.  Y para cumplir mi deseo no necesito ir muy lejos, porque es precisamente en la Sierra Norte de Guadalajara, donde se respira uno de los aires más puros de España, qué mejor ocasión para conocer más a fondo nuestra provincia y algunos de sus peculiares pueblos de la Arquitectura Negra, que se encuentran a los pies del Pico del Ocejón.


Aunque no es el pico más alto, el Ocejón con sus 2049 metros de altitud, es el más emblemático de la Sierra Norte o Sierra de Ayllón, pues destaca su grandeza solitaria reinando sobre todo el paisaje que lo rodea, lo podemos ver desde gran parte de la provincia de Guadalajara, por eso nos resulta tan familiar y sentimos una gran atracción por esta majestuosa montaña, en cuyas faldas se encuentran los encantadores pueblos de la Arquitectura Negra. En esta ocasión, hemos escogido visitar los que están situados en la vertiente oeste, Campillejo, El Espinar, Campillo de Ranas, Majaelrayo y Robleluengo, no obstante, al otro lado de la montaña, en su vertiente este, también hay pueblos dignos de mención, como Valverde de los Arroyos, reconocido como uno de los pueblos más bonitos de España y del que ya hablé en otra ocasión.


La primera parada es en Campillejo, donde se aprecia claramente la simbiosis entre este tipo de arquitectura y el paisaje que lo domina todo. Tanto las viviendas como los antiguos cobertizos para los animales están construidos con lajas de pizarra, barro y madera, materiales que abundan en esta zona y hacen más soportables las duras condiciones climatológicas del invierno, además las casas se hacían con pocas ventanas y muy pequeñas, para que penetrara lo menos posible el frío viento de la Sierra, incluso en  los cercados para el ganado, que iremos encontrando a lo largo de este recorrido, los muros también son de pizarra. La iglesia parroquial es del mismo material y está totalmente restaurada.


Tanto Campillejo como El Espinar, nuestra siguiente parada, son pequeñas aldeas y pedanías de Campillo de Ranas. Resulta curiosa la imagen de las cruces de cuarzo o pedernal en algunas fachadas, contrastando con el color negro de la pizarra, no se conoce bien el origen de esta ancestral costumbre, podría haberse utilizado para distinguir a qué religión pertenecían los moradores de la casa o simplemente como talismanes mágicos, protectores del hogar, que ahuyentaban todo tipo de males.


Es una pena que algunos de estos antiguos pueblos fueran abandonados poco a poco por sus habitantes, en busca de una vida mejor, acabando por quedar en ruinas la mayoría de sus edificios. No es el caso de los que visitamos hoy, que han sabido resurgir de sus cenizas y adaptarse a los nuevos tiempos rehabilitando bastantes viviendas, unas como segundas residencias y otras como casas rurales. Afortunadamente se exigen unas normas de construcción determinadas, lo que ha contribuido a que esta arquitectura popular sea una de las mejor conservadas de Europa. 


Desde El Espinar nos dirigimos a Campillo de Ranas, uno de los municipios más grandes de esta zona, con sus 226 habitantes y situado a 1100 metros de altitud. Nada más llegar, antes de entrar al pueblo, vemos asomar entre los árboles la torre de la iglesia parroquial de Santa María Magdalena, un templo sencillo, pero a la vez interesante, construido con pizarra entremezclada con piedras calizas de distintos tonos.



En este cautivador pueblo hay rincones que enamoran y detalles entrañables que llaman la atención y despiertan la curiosidad, como esta placa de mármol blanco colocada en la fachada de una de sus casas, que dice así: "Cuantos te conocimos añoramos tu bondad. Gracias Benita, por la hermosa lección de tu vida", y debajo las fechas de nacimiento y defunción, como si de un epitafio se tratase. Parece ser que este homenaje está dedicado a Benita, una mujer del pueblo, que dedicó su vida al servicio de quien necesitase ayuda. Me parece una costumbre emocionante recordar de esta manera a la buena gente que habitó estos lugares, de hecho, no es la única casa con placa, hay alguna más.


Continuamos viaje hacia Majaelrayo, que descansa a la sombra del Ocejón, punto de partida desde donde algunos valientes se atreven a subir hasta la cima, mientras el resto de los mortales nos conformamos con admirar su colosal presencia desde abajo, desde el valle donde se asienta este pintoresco pueblo, rodeado de unas vistas espectaculares por todas partes. 



Los orígenes de Majaelrayo se remontan a los años después de la Reconquista, cuando muchos ganaderos vinieron a instalarse en esta zona fértil en pastos para sus animales. Después de la Guerra Civil, cuando la ganadería prácticamente había desaparecido, la mayoría de sus vecinos emigró a las ciudades en busca de un porvenir mejor, por lo que este municipio es otro típico ejemplo de la España despoblada y donde la escritora Luz Gabás ha ambientado su última novela "El latido de la tierra", precisamente para dar visibilidad a este triste problema.



Volviendo sobre nuestros pasos, damos la vuelta para coger el desvío hacia Robleluengo, pueblo que hemos elegido como punto de partida para realizar una interesante ruta de naturaleza. Es una pequeña aldea que también depende de Campillo de Ranas y está situada en la falda del cerro de Cabeza de Ranas. Llama la atención su iglesia con influencia románica, coronada con la espadaña de forma triangular, se trata de un campanario de una sola pared, en el que se abren los huecos para las dos campanas.



El Molino y la Cascada de la Matilla es el nombre de una ruta de naturaleza o senderismo de unos tres kilómetros, en la que se disfruta realmente del camino, puesto que transcurre por unos espléndidos parajes, plagados de plantas y flores que desprenden un aroma embriagador, como la flor de la jara, el tomillo y el cantueso. Durante gran parte del trayecto impone su presencia el Ocejón, a la derecha, hasta que, según avanzamos, va cambiando el aspecto del paisaje, mientras el sendero se va estrechando y descendiendo cada vez más.


Nos vamos encontrando con robles, majuelos y arces en nuestro recorrido, hasta llegar a la zona donde se encuentra el Viejo Molino en ruinas a un lado del arroyo de la Matilla y entonces entramos en un bosque con fresnos, sauces, saúcos, cerezos, arces y robles, que proporcionan una agradable y refrescante sombra, aunque también aparecen algunos que han tenido la mala fortuna de ser derribados por un rayo y descansan, como éste, en la hierba con posturas imposibles, echándole un poco de imaginación podría parecer un reptil gigante en busca de su presa. 



En definitiva, un bucólico lugar para descansar un rato y relajarse antes de proseguir hasta la encantadora Cascada de la Matilla, donde acaba nuestra ruta, un salto de agua pequeño, pero muy bello, del arroyo del mismo nombre, cuyas aguas van a parar al río Jaramilla. 
Somos naturaleza y como tal, necesitamos su contacto para absorber la energía que desprende y recuperar la fuerza necesaria para enfrentarnos a los desafíos de la vida, eso sí, siempre practicando un turismo responsable tanto con el entorno como con nosotros mismos.



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