Ambición ¿virtud o defecto?

Es muy fácil traspasar la delgada línea que separa la ambición de la codicia, no hay más que ver todos los ejemplos de personajes públicos y famosos con los que nos invaden las noticias últimamente; sin embargo, esto no debe representar más que un pequeño porcentaje del total.

Me pregunto si desde que nacemos llevamos en nuestros genes esa característica o se va adquiriendo a lo largo de la vida; tal vez influyan las dos cosas y haya personas ya predestinadas a ser ambiciosas y además estimuladas por el entorno desarrollen este "defecto" cada vez más.

Recuerdo que en mi época de adolescente, a los estudiantes se nos daba a elegir la asignatura de religión o la de ética, ambas igual de loables si se trata de enseñar la diferencia entre el bien y el mal, porque sea uno creyente o no, lo que está claro es que los seres humanos estamos capacitados para distinguir moralmente lo bueno de lo malo en lo que concierne a portarse mal con los demás, a no respetar la libertad de los demás y querer estar siempre por encima.


 La educación recibida de nuestros padres es, por supuesto, fundamental en nuestro desarrollo como adultos, lo que hemos visto en ellos repercute en gran medida en nuestro comportamiento, aunque siempre quedan nuestras cualidades innatas; se pueden tener unos padres bondadosos y ser un hijo egoísta y superficial, que sólo tiene por meta en esta vida ascender lo máximo posible y acumular gran cantidad de dinero.
No voy a negar que a todos nos gusta el bienestar económico, tener lo necesario para vivir, darse algún capricho, no pasar penurias a causa de la escasez. Como dice el refrán "las penas con pan son menos penas" y "a nadie le amarga un dulce", pero no estaría de más que hubiera una asignatura en el colegio, desde primaria, que nos recordara cada cierto tiempo, que no somos inmortales, que la vida de un ser humano dura una media de ochenta o, en el mejor de los casos, noventa años, y eso se pasa rápido.

Cuando uno muere no necesita nada, no se va a poder llevar todas las riquezas acumuladas allá donde vaya, me imagino que al hacer balance de una vida lo que perdura son los sentimientos y los buenos momentos compartidos con las personas que queremos, aunque esa lección todavía no la hemos aprendido.
Nunca es tarde para aprender.

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